
Las emociones siguen siendo un tabú en muchas empresas, a pesar de que están presentes en cada conversación y en cada decisión. Se habla de objetivos, de planificación, de productividad y de resultados, pero rara vez se habla de cómo se sienten las personas mientras todo eso ocurre.
Durante años se ha dado por hecho que ser profesional implica controlar las emociones o dejarlas fuera, como si fuéramos dos personas distintas: la que llega al trabajo cada mañana y la que vive fuera de él.
Una idea que recuerda en cierto modo a la serie Severance, donde el yo laboral y el yo personal nunca se encuentran.
El problema es que esa separación nunca ha sido real. Las emociones entran con las personas, influyen en su forma de trabajar y condicionan el clima, la productividad y el tipo de liderazgo que se ejerce.
Por eso creemos que es necesario hablar de empresa y emociones sin dramatismos, sin convertirlo en algo etéreo y sin dejarlo fuera de lo que realmente impacta en el rendimiento colectivo.
¿Quieres saber cómo? Te lo explicamos al estilo BeUp: de forma divulgativa, práctica y basada en nuestra experiencia de dos décadas acompañando a empresas que quieren construir culturas más conscientes y más sostenibles.
La visión tradicional de las emociones en la empresa
Las emociones siempre han estado en la empresa, aunque culturalmente se hayan escondido bajo la alfombra.
Están en la reunión donde alguien no dice lo que piensa.
En ese proyecto que avanza a trompicones porque nadie quiere tensar más el ambiente.
En el cansancio acumulado que se nota antes de que se diga.
En la ilusión cuando algo por fin sale bien.
Aun así, durante décadas ser profesional se ha asociado casi exclusivamente a ser racional, neutral e impermeable. Como si mostrar lo que se siente restara credibilidad o capacidad. Ese modelo, muy ligado a culturas organizacionales tradicionales y a estilos de liderazgo antiguos, dejó poco espacio para hablar de emociones en voz alta.
Y cuando las emociones no se gestionan, no se comparten o no se entienden, buscan otras salidas. A veces explotan, otras se convierten en tensión, en apatía, en roces o en un clima que se deteriora poco a poco sin que nadie pueda explicar del todo por qué.
Puede parecer una intuición, pero no lo es. La ciencia lleva años demostrando que lo emocional es parte estructural del desempeño y de la forma en que las personas colaboran.

Qué dice la evidencia: de Goleman a la neurociencia actual
Si trabajas en Personas, seguro que este nombre no te pilla por sorpresa: Daniel Goleman.
En 1995 publicó Emotional Intelligence, una obra que puso el tema de las emociones en el centro del debate profesional. Su tesis (revolucionaria para la época) defendía que la inteligencia emocional explica buena parte del rendimiento profesional, la capacidad de liderazgo y la calidad de las relaciones laborales.
Goleman demostró que competencias como el autoconocimiento, la autorregulación o la empatía no eran “habilidades extra”, sino elementos predictivos del desempeño. Y lo que entonces sonaba casi provocador, hoy está ampliamente respaldado por la investigación.
Desde aquel momento, la ciencia no ha dejado de confirmar y ampliar su intuición.
Por ejemplo, un estudio publicado en Journal of Applied Psychology (Gabriel et al., 2020) analizó cómo regulan las emociones los compañeros de trabajo en su día a día. Sus conclusiones son claras: los equipos que gestionan mejor sus estados emocionales colaboran más, confían más entre sí y resuelven conflictos con mayor eficacia.
Algo parecido encontró la investigación de DeepAffects y Atlassian de 20217, que analizó miles de proyectos reales en Jira.
Descubrieron que los equipos con más emociones positivas (como confianza o anticipación) eran significativamente más productivos, resolvían tareas complejas más rápido y experimentaban menos bloqueos.
En cambio, cuando la ira se mantenía elevada (entre un 16% y un 30% del tiempo), la productividad caía drásticamente.
Las emociones son tan importantes que el último estudio de Gallup Informe Estado del lugar de trabajo global: 2025, incluye una medición detallada de las emociones diarias a escala mundial.
Y lo que revela es difícil de ignorar:
- 40% de los empleados sintió mucho estrés el día anterior.
- 21%, mucha ira.
- 23%, tristeza.
- 22%, soledad.
No hablamos de un mal día.
Es un patrón sostenido que afecta al compromiso (solo un 21% de los empleados está comprometido), a la permanencia (un 50% está buscando otro trabajo) y a la calidad de la colaboración dentro de los equipos.
En otras palabras:
Las emociones no son un accesorio del trabajo.
Son parte del rendimiento, de la cultura y del clima donde sucede todo lo demás.
Por eso, entenderlas no es un lujo teórico.
Es un requisito para construir organizaciones sanas, equipos productivos y liderazgos que funcionen en un mundo complejo.
Qué puede hacer el área de Personas ante esta realidad emocional
Si las emociones están presentes en cada interacción, el papel del área de Personas es crear un contexto donde puedan expresarse, gestionarse y transformarse en un recurso para el rendimiento colectivo.
No se trata de “psicologizar” la empresa, sino de darle un lugar profesional a algo que ya ocurre.
Estas son algunas palancas que recomendamos activar:
Nombrar lo emcional sin dramatismos
Abrir la conversación de forma natural: en reuniones, en retroalimentaciones, en espacios de equipo.
No se trata de pedir que la gente “se abra”, sino de normalizar frases tan profesionales como:
“Parece que el equipo llega cansado”,
“Estamos ilusionados con este proyecto”,
“Hay tensión en este punto, revisemos qué la genera”.
Nombrar lo emocional desactiva el tabú.
Formar a managers en competencias emocionales
La investigación es clara: el clima emocional del equipo depende en gran parte del liderazgo.
Por eso, los programas de entrenamiento directivo deben dotar a los managers de herramientas para leer estados emocionales, regular conversaciones difíciles o gestionar la tensión sin evitarla es una de las inversiones más efectivas.
No se trata de “liderar con buen rollo”, sino de entender qué pasa en el equipo, antes de que pase factura.
Incorporar el bienestar emocional en la estrategia
El bienestar ya no es una iniciativa aislada, sino un indicador de salud organizacional.
Programas de bienestar emocional, hábitos saludables, formación en autocuidado, gestión del estrés o desconexión digital ayudan a crear culturas donde la energía no se agota, sino que se renueva.
Desarrollar la inteligencia emocional en todos los niveles
Las emociones no son solo cosa de líderes: afectan a todo el mundo.
Por eso es útil implantar formaciones a medida en soft skills como:
- Autoconocimiento: entender qué me pasa y por qué.
- Autorregulación: saber responder sin reaccionar.
- Comunicación clara y respetuosa.
- Empatía y lectura del clima.
- Gestión constructiva del conflicto.
Estas capacidades, hoy son competencias críticas para la colaboración, la innovación y la productividad.
Diseñar culturas que protejan la energía, no solo el rendimiento
Cuando una empresa entiende que las emociones no son un obstáculo, sino un sistema de información, empieza a tomar decisiones distintas: cómo se distribuye la carga de trabajo, cómo se reconocen los esfuerzos, cómo se celebran los avances, cómo se acompaña el error.
Una cultura organizacional emocionalmente consciente no es una cultura “blanda”.
Es una cultura más eficaz, porque reduce fricciones innecesarias y permite que la motivación se sostenga en el tiempo.

Cómo te acompaña BeUp en este proceso
En BeUp llevamos más de dos décadas ayudando a organizaciones a construir culturas emocionalmente sostenibles.
Nuestra aproximación combina neurociencia, liderazgo humanista y método propio de aprendizaje acelerado.
Por ello es que somos la consultora estratégica de talento que trabaja con el 70% de las compañías del IBEX35, a través de programas de liderazgo, training en skills, mentoring, bienestar emocional y transformación cultural, ayudamos a que las emociones no sean un tabú, sino una ventaja competitiva.
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